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Encías enrojecidas, inflamadas o sensibles.
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Sangrado de encías al cepillarse o al utilizar el hilo dental.
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Los dientes parecen ser más largos y se ven las raíces.
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Cambios en el modo en que cierran los dientes al morder.
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Presencia de pus entre las piezas dentales y las encías.
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Mal aliento o mal sabor en la boca.