¿Qué hacemos para ponerle un freno a la obesidad infantil?

Comencemos hablando sobre la obesidad y el sobrepeso: científicamente, se trata de una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Una forma simple de medir la obesidad es el índice de masa corporal (IMC), esto es el peso de una persona en kilogramos dividido por el cuadrado de la talla en metros. Una persona con un IMC igual o superior a 30 es considerada obesa y con un IMC igual o superior a 25 es considerada con sobrepeso. El sobrepeso y la obesidad son factores de riesgo para numerosas enfermedades crónicas, entre las que se incluyen la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, entre muchas.

En nuestro país, los resultados de la 4ta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo  (desarrollada entre septiembre y diciembre de 2018 por el Ministerio de Salud y Desarrollo Social) arrojan cifras alarmantes: el 36.2 % de la población tiene sobrepeso y el 25.4 % obesidad, lo que equivale a más del 61 % de la población. Más del 40% de mujeres en edad reproductiva tienen sobrepeso y obesidad, lo que genera un entorno intrauterino desfavorable a los niños desde la gestación, favoreciendo como resultado bajo o alto peso al nacer, ambas condiciones promotoras de obesidad y otras enfermedades crónicas a futuro

Los niños no escapan a esta epidemia: 4 de cada 10 chicos están excedidos de peso y la obesidad en menores de 5 años alcanza el 10 %. Los niños obesos y con sobrepeso tienden a seguirlo siendo de adultos, con más probabilidad de padecer a edades más tempranas diabetes y enfermedades cardiovasculares

Muchos niños crecen actualmente en un entorno que fomenta la ingesta de alimentos de valor calórico elevado y son propensos al sedentarismo. Hay una nueva forma de consumir alimentos (que está vinculada al acceso, a la disponibilidad, a las promociones de los supermercados – que suelen incluir alimentos de baja calidad nutricional en sus descuentos-) y el tipo de vida que llevamos les restan, a los niños y adultos por igual, oportunidades para practicar una actividad física sana, lo que favorece el aumento de peso y la obesidad. El desequilibrio energético se debe a los cambios en el tipo de alimentos y al incremento del tiempo dedicado a actividades de recreo, como estar ante una pantalla, una de las prácticas sedentarias  más comunes en los chicos. Estos procesos, sumados a un medio intrauterino desfavorable (provocado por mala nutrición y obesidad o sobrepeso materno en el curso del embarazo)  es lo que empuja a un número cada vez mayor de niños hacia la obesidad si siguen una alimentación no saludable y realizan poca actividad física. Esos niños obesos, serán adultos obesos, embarazadas obesas….  Es un círculo vicioso difícil de detener.

Ninguna intervención por sí misma puede frenar la creciente epidemia de obesidad. Para combatir la obesidad en la infancia y la adolescencia es necesario examinar el contexto ambiental y los tres períodos cruciales del curso de vida: la pregestación y el embarazo; la lactancia y la primera infancia; y los años posteriores de la infancia y la adolescencia. Además, es importante tratar a los niños que ya son obesos por su propio bienestar y por el de sus descendientes.

Es necesario intervenir en todos los componentes de este círculo vicioso:

1) Promover el consumo de alimentos saludables, evitando aquellos altos en grasas saturadas, ácidos grasos trans, azúcares libres o sal (alimentos de alto contenido calórico y bajo valor nutricional, como procesados, hiperprocesados, envasados, gaseosas y otras bebidas azucaradas). Somos los adultos los que ponemos los alimentos al alcance de los niños, en el plato, la heladera, la alacena. Los niños acceden a aquello que los adultos compran y adquieren. El primer cambio lo hacen los padres, en sus casas.

2) Para promover la actividad física y reducir el sedentarismo en niños y adolescentes, hay que comenzar por los progenitores, cuidadores, docentes y profesionales de la salud, ya que los hábitos se imitan, no se heredan. Es importante trabajar desde los educadores y los padres que son quienes imprimen hábitos que los niños copiarán. Es importante prestar atención a situaciones de bullying que los niños puedan sufrir producto de su sobrepeso: hay alarmas que se activan que nos pueden ayudar a identificar situaciones secundarias de la obesidad que se convierten en un círculo vicioso difícil de romper.

3) Lograr una buena nutrición, alimentación sana y actividad física y un peso adecuado antes de iniciar un embarazo, supervisar y controlar el aumento de peso durante la gestación, diagnosticar y tratar la diabetes y la hipertensión durante el embarazo (ambas causas modifican y dan resultados desfavorables en el peso del recién nacido). Evitar el consumo de tabaco, alcohol, drogas y otros tóxicos. Promover la lactancia materna.

4) Durante la infancia, apoyar el desarrollo de una alimentación sana, pautas de sueño y de actividad física, a fin que se adquieran hábitos saludables.

5) Promover un entorno escolar saludable, de nutrición y actividad física para niños y adolescentes en edad escolar. Promover el consumo de frutas, verduras por encima de snacks y alimentos procesados. Desalentar el consumo de bebidas con azúcar.

6) Para el tratamiento de niños y jóvenes con obesidad, los cambios deben centrarse en la familia y en la escuela. Ambas instituciones deben trabajar en conjunto: poder organizar talleres educativos, instrumentar planes para que los chicos aprendan a comer y que puedan transmitir esos conocimientos en sus propias casas.

 

Créditos: Dra Gabriela V. Caldas. MP 221662. Especialista en nutrición de la Federación Médica de la Provincia de Buenos Aires (FEMEBA). Magister en Diabetes